La postura erguida es un sello distintivo del linaje humano.
Esta postura nos dejó las manos libres para utilizar herramientas y crear todo tipo de cosas, e influyó incluso en que las mujeres paran a sus hijos con dolor. Durante mucho tiempo, los antropólogos han situado el inicio del bipedismo en las grandes y áridas sabanas africanas de hace unos diez millones de años, donde nuestros antepasados se habrían visto obligados a ponerse de pie para observar sobre las altas hierbas tanto a posibles presas como a depredadores.
Sin embargo, dos nuevos estudios publicados este jueves en la revista 'Science' cambian el cuándo y el por qué de ese importante momento. Lo retrotraen más allá en el tiempo hasta hace unos 20 millones de años y lo sitúan en un paisaje de bosque abierto y estacional. Tampoco ocurrió sobre el suelo como se creía, sino entre las ramas de los árboles, donde los simios intentaban alcanzar las hojas para alimentarse.
«Esto nos lleva a repensar cómo el cambio climático y la vegetación afectaron a la evolución humana«, dice a este periódico una de las autoras del estudio, Laura MacLatchy, profesora en el Departamento de Antropología de la Universidad de Michigan (EE.UU.).
Hojas en vez de fruta
La investigación se centró en un simio llamado Morotopithecus, que vivió hace 21 millones de años, durante el Mioceno temprano, en lo que hoy es el este de Uganda.
«Creemos que estar erguido fue clave para que este simio se moviera y buscara alimento en los árboles con un cuerpo de gran tamaño. Con la espalda vertical, un simio puede agarrarse a múltiples ramas con sus brazos y piernas, distribuyendo su masa corporal. Puede incluso colgarse de ellas, lo que lo hace menos propenso a perder el equilibrio. De esta manera, accede a los alimentos que crecen en la periferia de las copas de los árboles que, de otro modo, solo estarían disponibles para las especies más pequeñas«, explica MacLatchy.
Los fósiles de Morotopithecus fueron encontrados en una sola capa estratigráfica, junto a los de otros mamíferos, suelos antiguos (paleosuelos) y pequeñas partículas de sílice de plantas llamadas fitolitos. De esta forma, los científicos pudieron recrear el paisaje en el que vivía, un entorno abierto interrumpido por bosques estacionales de dosel roto compuestos por árboles y arbustos. Esto significa que al menos durante parte del año la fruta no estaba disponible, por lo que los simios tenían que depender de algo más para sobrevivir. Lo que intentaban alcanzar eran las hojas de los árboles.
Según MacLatchy, la pista de que estos antiguos simios comían hojas en vez de frutas está en sus molares. Los dientes eran muy escarpados, con picos y valles, lo que indica que se utilizaban para desgarrar hojas fibrosas, mientras que los molares que se usan para comer frutas suelen ser más redondeados.
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